sábado, 10 de abril de 2010

Los nuevos movimientos sociales son también una nueva forma de represión

No hay que hacer un esfuerzo muy acabado para dar con alguna manifestación de parte del pueblo, y a pesar de que las manifestaciones se imponen cada vez más en las ciudades del mundo, éstas son aisladas, sectorizadas y parcializadas. Ello demuestra que éstas, nuestras reivindicaciones siguen siendo tan válidas, justas y necesarias como antes y siempre, y lo que es mejor, que siguen siendo posibles de conseguir.

Si bien se dice que poco a poco se ha ido recuperando el pueblo de las heridas de dictadura, aún nos queda mucho camino por recorrer respecto de la articulación de los movimientos sociales, sobretodo si consideramos la existencia de un manto democrático que utiliza el gobierno para justificar y ensombrecer sus acciones dictatoriales, y que los problemas que nos aquejan no han cambiado. Por ello, debemos ser críticos respecto de la forma en que planteamos la construcción de éste movimiento y qué es lo que perseguimos, ello es, si existe un proyecto político claro que apunte a incidir de manera significativa sobre las decisiones que afectan el desarrollo de nuestra vida y que la determinan de forma trascendental.

Vivimos aún un régimen de terror y si bien hay posibilidades de manifestarse, éstas siempre son bajo los parámetros de una democracia impuesta y bien estructurada, de modo que, en lo posible, no quede nada al azar. Cuando tratamos de construir movimiento social debemos intentar no quedarnos en las reivindicaciones de carácter económico, que en realidad no contribuyen al avance de nuestro pueblo, perdiendo el horizonte de la lucha al despolitizar el movimiento. A lo que se debe apuntar es a la formación de un movimiento creativo de su propia ideología y capaz de politizar cada una de sus luchas.

Si vamos a un caso puntual, como el de los profesores, no es sólo la deuda histórica en términos monetarios, es también la deuda histórica en torno a la pérdida de la educación que creaba hombres y mujeres libres pensadores, que los hacían autónomos en el hacer desde el comienzo, ¿qué pasa entonces con la de deuda histórica más profunda y trasversal?

Hoy por hoy es muy complicado apuntar una definición exacta de qué es un movimiento social. Los últimos intentos de los actores sociales por intervenir las cúpulas del poder han estado dados por cuestiones que más tienen que ver con reivindicaciones económicas y salariales, que con un movimiento organizado, que tenga una dirección política e ideológica.

Sin embargo, podríamos elaborar un esbozo acerca de qué sería un “Movimiento Social” (MS); en términos netamente teóricos, éste sería un conjunto de sujetos o agrupaciones, formales o no, dedicados a actividades sociales y/o políticas que pretenden un cambio social; presionan al poder político, se insertan en él y crean alternativas respecto del poder central. Éstos movimientos estarían constituidos, especialmente por los “pobres y explotados”, que se han revelado, y que se manifiestan en defensa de sus derechos y de las necesidades que los apremian.

No cabe duda de que en la actualidad se están configurando nuevas formas de organización, que introducen tanto avances científicos como tecnológicos a su quehacer, considerando que estos avances contribuyen a la velocidad de las comunicaciones, y a concentrar un mayor número de personas en un tiempo y espacio reducidos; por otro lado, están también las nuevas formas de entender la organización y de entregarse a ella, de alguna manera ha cambiado el sentido de pertenencia respecto de las personas que nos acompañan, ya no se trata de un compañero o compañera más, se trata de ese al cual le entregas parte de tu vida, con el que converges en el proyecto, con el que conformas tu propia Comunidad de Resistencia.

Estas características hacen del movimiento social un importante factor de incidencia en la población, poco a poco se va reproduciendo y expandiendo por el territorio nacional de diversas formas: centros culturales, casas ocupadas, agrupaciones ecológicas, agrupaciones feministas, etcétera. La diversidad y amplitud de sus manifestaciones juegan a favor del movimiento, ya que no reduce la movilización a términos económicos –sin desconocer desde ninguna perspectiva que ello marca la pauta en torno a las políticas y las direcciones políticas del país-, sino también, introduce a las luchas sociales aquellos aspectos subjetivos de las personas, abriendo el universo hacia diversas formas de expresar el descontento en torno a los mismos problemas; así como el capital muta en contra de los sujetos afectado todos los aspectos de su vida, las agrupaciones sociales se han ido organizando en torno a la defensa de cada una de esas áreas. Ello genera que algunas de éstas agrupaciones sociales no encajen en el cuadro analítico tradicional, debido a la velocidad con que atienden a los cambios constantes del modelo económico y sus formas de contención de las luchas sociales, no se puede pretender en tal escenario un desarrollo lento de la resistencia.

De tal forma, si conseguimos politizar las manifestaciones sociales, podremos construir un verdadero movimiento social, con capacidad de incidencia en las políticas estructurales, y donde sus dichos y acciones se tornen cada vez más radicales. Al mismo tiempo, y en un doble movimiento de experimentar y analizar sus experiencias, estos movimientos irán puliendo sus ideas, su proyecto político y su forma organizativa. Cabe destacar que, a pesar de la radicalidad que estos movimientos pudieran lograr, seguirán siendo cambios de orden parcial, de acuerdo al área a la que pertenecen, por tanto, las fuerzas que puedan acumular seguirán siendo limitadas. La parcelación de las luchas es y seguirá siendo un arma del capital contra la acumulación de las fuerzas.

De la misma manera en que los grupos han construido nuevas formas organizativas, han ido también mutando las formas de reprimir con eficiencia. Tal como en muchos países de América Latina, Chile está inmerso en un estado de violencia silenciosa y eficaz, que vulnera constantemente nuestros derechos como individuos.

La respuesta violenta del Estado ante cualquier manifestación de descontento social se ha vuelto una constante, independiente de la cantidad de personas que se hagan partícipes. El hostigamiento, la represión y la restricción del diálogo, son sólo algunas de las respuestas más comunes a la movilización. Como ejemplo concreto de lo anterior, pueden ser mencionadas las propuestas legislativas de parte del parlamento ante cualquier tipo de manifestación popular, leyes en contra de quienes tengan la osadía de llamar a una manifestación, contra quienes participen en manifestaciones usando capuchas, ley de responsabilidad penal juvenil, y la aplicación de ley antiterrorista de la dictadura en el sur. En definitiva, se trata de acomodar perfectamente el marco institucional y legal del país en torno a la penalización de la protesta social y la posibilidad de conformar movimiento popular. Perseguir y hostigar a quienes sean defensores de causas populares y utilizar la fuerza policial para reprimir con violencia las manifestaciones. Y es que en este país las leyes están acomodadas para quienes las hacen, los mismos dueños del poder, los mismos que manejan económica y políticamente el país, los mismo que son responsables de muertos, presos, cesantes, pobres y mal educados, los mismos que siempre piden votemos por ellos.

Amparados en la excusa de “proteger a la población de los delincuentes” militarizan territorios y criminalizan todo intento de movimiento que allí ocurra. Tal cual sucede hoy y sucedió durante todo el año anterior en la Universidad de Concepción, donde, frente a su campus central habita permanentemente (violentando simbólicamente y en términos prácticos cuando hay revuelta) Fuerzas Especiales de carabineros y todo su aparataje anti-movilizaciones (guanacos, zorrillos, micros, etcétera)

La violencia que ejerce de forma constante el poder en contra del pueblo se ha justificado por diversas razones en el narcotráfico, en la delincuencia, en el terrorismo, etc., con el objeto según dicen, de evitar y/o reprimir “otras respuestas violentas” que puedan generar. Esta dentro de “su plan” mantener la convivencia y asegurar la libertad de todos los de su jurisdicción. Aunque por detrás se asegura de mantener el sistema de inequidad y represión en el que estamos envueltos. A los ojos del Estado, nuestra reivindicación es considerada “un acto subversivo”, e inmediatamente asimilada al terrorismo; las constantes violaciones de los pobres y marginados, a esa supuesta “clase media” se justifican con la necesidad de defender la seguridad y mantener las libertades de los sujetos frente a los delincuentes.

Uno de los muchos efectos colaterales que trae consigo el acto violento de parte del Estado es la aterrorización de la población, quien busca en el mismo Estado opresor la protección que necesita y que no tiene debido a su incapacidad de crear movimiento popular real entre y para nosotros mismos.

En el ámbito internacional, Estados Unidos y Europa han aprobado y promovido la lucha en contra del “terrorismo”, por medio de normas cuyo objetivo evidentemente no está orientado a detener grupos criminales, sino que es la perfecta justificación para perseguir a quienes muestren o se manifiesten en contra del sistema neoliberal. Uno de los principales contribuyentes a la criminalización de los movimientos sociales al convertirlos en figuras terroristas para la opinión pública son los Medios de Comunicación, quiénes, “excluyéndolos del marco legal”, generan en el común de la población una actitud de rechazo ante las manifestaciones populares independiente del objetivo que persigan.

Ema y Elena